LA PENA DE GALERAS








“A GALERAS”
La pena de galeras


Introducción
          La galera era una embarcación a remo y a vela, concebida para la guerra ya que todo se sacrifica a la maniobra en las condiciones de defensa y ataque, consiguiendo una gran rapidez de movimiento.
          El trabajo del remo en la galera resultaba muy penoso, de ahí precisamente nace, el origen de la pena de galeras, ya que para el Estado era un medio idóneo para imponer un castigo tan infame.
          La vela tenía un valor secundario y solo se utilizaba en determinadas circunstancias para el ataque.

Origen de las galeras
           El invento de la galera  se atribuye a los griegos, siendo por tanto su cuna el Mediterráneo, donde fue utilizada en las primeras conquistas de griegos y de fenicios, después la utilizaría Roma, dando origen a los trirremes, y entre los pueblos bárbaros los vándalos. En sus formas definitivas, la galera surge en el siglo XIV y alcanza su apogeo durante el siglo XVII. A diferencia de los trirremes, su casco era más alargado y ligero e iba provisto de castillo en la proa y alcázar en la popa donde se alojaban los oficiales. Su movimiento estaba asegurado por mástiles con aparejo latino, en periodos de viento, y por la fuerza de los remeros, llamados galeotes, durante los periodos de falta de viento y, especialmente, durante las batallas. En éstas, la galera se comportaba como una plataforma de combate que era prolongación del combate terrestre. Cuando se incrementó la navegación por el Atlántico, las galeras demostraron su insuficiencia pero, sin embargo, la construcción de tales barcos, en España, llegó hasta 1788, fecha en que se construyó la última galera, siendo desarmada en 1800. Francia, España, Turquía y las Repúblicas de Venecia y Génova fueron los países que más uso hicieron de las galeras.


La pena de galeras
        El primer precedente posiblemente esté en Grecia. Existía una pena de degradación civil, que se aplicaba principalmente a los maleantes y a los cobardes obligándoles a trabajar en las obras o en el remo.   
      En la Edad Media, al principio la obtención de remeros para las galeras se hacía a través de recluta. Dicha  recluta la presidía un almirante, al que secundaban heraldos, trompetas y portaestandartes seguidos de un escribano, quien apuntaba los nombres de aquellos, que atraídos por el espectáculo, decidían apuntarse voluntariamente para las galeras, con la esperanza de la soldada y de una participación en los beneficios que trajera la expedición. ”El rey Jaime I en una provisión firmada en Calatayud el 30 de mayo de 1264, previene a los bailíos, vegueres, justicias, jurados y demás oficiales de que no prendan por razones de dudas sino a quienes estén dispuestos a bogar en las galeras, y que se les expida un salvoconducto hasta las playas”, (valga este detalle como demostración del carácter voluntario). Otra provisión posterior amplía este sistema de recluta y concede el salvoconducto a todos los delincuentes, cualquiera que sea el delito que hayan cometido, para que vayan a luchar por el reino, esto en cierto modo se utilizó para deshacerse de los delincuentes, ahorrar tiempo y dinero en la búsqueda así como en juicios y al mismo tiempo los delincuentes evitaban ser perseguidos y vagar huyendo de la justicia. En este caso no se trata en rigor de una pena de galeras, ya que no existe sentencia, ni una ley penal reguladora de esta pena para determinados delitos, pero si es el germen para la idea del castigo que posteriormente se instauró en el código penal.


     La pena de galeras se creó como castigo al observar que el trabajo en el remo resultaba sumamente penoso, puesto que aunque hubiera descanso por la noche, cuando había que efectuar una jornada precisa y faltaba el viento, o emprender un ataque, o la huida ante el enemigo, se necesitaba una gran energía en la boga. Además las condiciones de habitabilidad eran muy precarias debido a la falta de espacio puesto que el sitio disponible se destinaba principalmente a los remos y a la artillería  por otro lado el remero estaba  en todo momento expuesto a las inclemencias del tiempo, otra de las condiciones precarias era la insalubridad en la que vivían, sobre todo los prisioneros de guerra ya que hacían vida encadenados al remo y al banco del cual no eran liberados ni siquiera para hacer las necesidades fisiológicas básicas. Por todo esto era muy difícil encontrar voluntarios para las galeras, no obstante sí existían mejores puestos que  se denominaban “buenas boyas” ya que recibían una soldada en pago a sus servicios y disfrutaban de algunas ventajas, como destinos de cámara, de alguaciles y de proeles. También había soldados de guarnición y personal de artillería. La escasez de personal para la boga era notoria y había que acudir al servicio forzoso para el remo, de aquí el nombre de forzados con que se les conocía., por eso la mayoría  se reclutaba entre delincuentes, vagos o maleantes lo que dio origen a la pena de galeras, cuando no se acudía a los esclavos que tenían la obligación de bogar permanentemente, estos esclavos en su mayoría eran prisioneros de guerra. Al empezar las primeras incursiones piráticas y producirse la cautividad, se pone a los cautivos a trabajar en las galeras, y así resulta que principalmente en las naves cristianas se procuraba que los remeros fueran bereberes o turcos y por el contrario en las naves turcas y bereberes los remeros fueran cautivos cristianos, dándose la paradoja de que al ser cautivos enemigos y la batalla se hacía contra esos mismos enemigos había que estar muy pendientes de posibles sublevaciones o rebeldías aplicando para ello medidas de seguridad muy rigurosas (encadenamientos y grilletes) los cuales no se liberaban en caso de naufragios ni hundimientos en las batallas navales, ya que eran simplemente enemigos y no había que preocuparse por ellos, es de imaginar que perecían ahogados encadenados a los remos, a pesar de ello una batalla naval era bien recibida por que siempre cabía la posibilidad de ser liberados en caso de abordaje y apresamiento de la nave.


La vida en galeras
…La extraña vida de aquellas marítimas casas adonde lo más del tiempo, maltratan las chinches, roban los forzados, enfadan los marineros, destruyen los ratones, y fatigan las mareas. ¿Puede llamarse vida a este suplicio constante?, porque la vida de galera, paradójicamente es una muerte lenta.
Espanta pensar lo que sería un viaje en aquellas embarcaciones, pestilentes, plagadas de insectos, donde la suciedad convertía en trono cualquier rincón, y el pasajero había de llamar; señor al capitán, pariente al patrón, amigo al cómitre, hermano a los proeles, compañero a los forzados, y llegar al martirio de taparse las narices y cerrar los ojos, para beber un agua turbia y, cenagosa y caliente, casi saturada de inmundos y asquerosos animalejos… y todo ello entre vaivenes y cabezadas capaces de estropear el estómago más fuerte, y el temor constante de percibir en el horizonte la vela terrible de un corsario, que en el caso más favorable suponía la muerte, ya que la esclavitud era padecimiento tan terrible, que era preferible perder la vida, antes que arrastrarla entre los tormentos y desdichas del cautiverio, o a ser amarrado al banco de los remeros, fin de cuantos eran apresados en la mar.

Los hombres no han encontrado jamás para con sus enemigos, trato más cruel, ni existencia más dura que la de encadenarles al banco del forzado, y hacerles remar a golpes de látigo, en bajeles que marchan para combatir a los de su propia nación……
…¿cómo se nutren las galeras aparte de prisioneros de guerra esclavizados? Primero se reclutan los voluntarios. Los que empujados por la desgracia, la fatalidad, el vicio o la estupidez, se
prestan por una soldada a tan duro trabajo. Lógicamente esta caza es rara. Hay que ocupar los bancos con los verdaderos galeotes, los forzados, los condenados.
Los percheles de Málaga, las islas de Riarán, el Compás de Sevilla, el Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, la Rondilla de Granada, la playa de Sanlucar, el Potro de Córdoba, las Ventillas deToledo… he ahí los escenarios donde la gente maleante interpreta con sin igual cinismo la comedia de sus truhanescas andanzas. En tales lugares la justicia está siempre segura de encontrar cuantos ladrones, cortabolsas, rufianes, pícaros, gariteros, fulleros, jácaros y demás garullada, adscrita a lo que ellos llaman donosamente apalear sardinas, sinónimo de remar en galeras.
                                                                                                                                    LEPANTO Y DON JUAN DE AUSTRIA
                                                                                                  Víctor Mª de Sola

             Los forzados se recluían en las cárceles y, cuando alcanzaban un número suficiente, eran trasladados  a los puertos donde los embarcaban, siendo también penosa la conducción por los caminos y carreteras, constantemente vigilados y, no pocas veces, maltratados.
…Ved la cuerda famosa que pinta Cervantes. En ella se encuentran: El enamorado... de una canasta de ropa blanca, que a no quitársela la justicia por fuerza nunca la dejará por voluntad; El canario… que canta en el tormento, ser ladrón de bestias; El burlón… que lo hace tan reiteradamente entre el sexo femenino que la burla crece la parentela, tan intrincadamente que no hay diablo que la declare; El inocente… al que faltan unos ducados para untar la péndola del escribano y avivar el ingenio del procurador; y a esa cuerda puede muy bien agregarse cientos y cientos de güeros, chanflones, chirles, traspillados y caninos que tienen por abogada la industria de hacerse con lo ajeno, son susto de los banquetes, polilla de los bodegones, convidados por fuerza; cientos y cientos de matones, que se emplean en fingir el papel de maridos furiosos o en vengar por salario los agravios de los otros; cientos y cientos de logreros, mohatreros, espadachines, es decir todo el dilatado escalafón de la germanía y de Monipodio.
Es decir, en esa cuerda puede formar “dignamente”, toda la escoria de la nación, toda la podredumbre del país. Se comprende que el nombre de galera, prevenga a la sociedad hasta el punto de ver un vergonzoso estigma en la frente de sus tripulaciones.
Cierto que los criminosos son muchospero también lo es que las galeras precisan remeros y remeros, y todavía más, cuando se está en guerra. Hay que buscar forzados a toda prisa. ¿Cómo?. Muy sencillo, los jueces apretarán todos los resortes, las causas se llevarán con rapidez insólita. Los condenados a muerte serán unos magníficos remeros en tanto dure su vida. Los culpables de delitos menores bogarán los años suficientes para saldar su deuda. Si los malhechores son nobles o impedidos, se les obliga a dar un número de esclavos o de remeros voluntarios, proporcionado a sus crímenes.
                                                                             LEPANTO Y DON JUAN DE AUSTRIA
Víctor Mª de Sola

   La boga se hacía al ritmo que marcaba el cómitre marcando a golpes el compás y la intensidad, se comenzaba a la voz de “fuera ropa” quedando así el cuerpo en las mejores condiciones para dosificar el esfuerzo, como también para que el cómitre pudiera “acariciar” las espaldas con el látigo. Cuando las partidas de condenados o cuerdas de presos llegaban al puerto de embarque, se distribuían entre las distintas embarcaciones procurando que no hubiese homogeneidad en la procedencia; luego, ya dentro de la galera, se les asignaba el lugar que les correspondía.
…En estribor veinticinco bancos, pues a babor en el puesto del noveno se halla el fogón y por lo tanto hay uno menos. En cada banco tres hombres y en las capitanas bastardas, cuatro, de modo que son ciento cuarenta y siete galeotes al remo y diez más para suplir a los que caen enfermos. Entre banco y banco una ballestera, especie de mesa, donde van dos soldados. Ciento cincuenta hombres obligados a trabajo tan infernal, que como dice el clásico, de llevarse con paciencia se va al cielo calzado y vestido…
…Ya tenemos a los galeotes en sus bancos. Ahí se encuentran en primer lugar los voluntarios, es decir los denominados buenaboya, con la cabeza rapada pero intacto el bigote, distinguiéndose de
los verdaderos forzados en que estos llevan un corto mechón, permaneciendo día y noche fondeados o en la mar, encadenados en sus bancos, los de babor por la pierna izquierda y los de estribor por la derecha.
                                                                                                                                   LEPANTO Y DON JUAN DE AUSTRIA
                                                                                                                                    Víctor Mª de Sola 

…Un chiflito que trae al cuello le bastaba al cómitre para hacer todas las diferencias de mandar que son menester, a lo cual, han de estar tan atentos, que en oyéndolo, cuando duermen pónense en pie, con el remo en la mano, sin pararse a despabilar los ojos, so pena de tener el azote encima, y no cabe fingir que se rema y no realizarlo, porque no hay música  ni compases en el mundo más acordados que el de la boga. Cuando uno falla, estorba a los compañeros, choca un remo con otro, deshácese el compás, y el cómitre indignado si ha de dar un golpe, da seis.
…¿Cómo reman todas estas gentes? Es cosa sencilla. Basta con encuadrar a los principiantes, con viejos galeotes o esclavos otomanos y berberiscos,
Ya están en sus lugares los forzados noveles. Primera lección. A cada golpe de remo ponen el pie encadenado sobre la banqueta que está delante de su tabla, después, enderezados sobre el marchapié, la pala del remo dentro del agua, se dejan caer con todo el peso sobre el duro banco tapizado con astrosas telas, tan sucias como viejas y tan raídas como deshilachadas, que en realidad son almohadones poco confortables…
…La alimentación del forzado, son veintiséis onzas de bizcocho y una almuerza de mazmorra, esta mazmorra consiste en las migajas del bizcocho y el barrido de los suelos donde estuvo, de los que apartadas las chinches muertas, las pajas y el estiércol de los ratones, no queda sino la quinta parte. En ocasiones se reparte a cada uno media escudilla de vinagre, y otra media de aceite y otra media de lentejas y arroz para todo el mes. La cama del galeote es un banco donde mal caben tres hombres sentados y en el cual amarrados, sin encontrar posibilidad de subir las piernas, quédanse estas inertes y al intentar moverlas, si por desgracia la cadena hace ruido, el látigo del cómitre, salta ronchas en la espalda del desventurado, y así descansan si ello es descansar con el cielo por cortina y el aire por manta.
…En cuanto a la higiene, era desconocida, la ropa se lavaba con el sudor de los propios cuerpos, y en ellos queda hasta que se desprende hecha girones. De este modo los parásitos crecen en forma tal, que se prodigan más que hormigas en un hormiguero y las carnes se llagaban y ensangrentaban. Así se explica que las epidemias cundan y se propaguen en proporciones verdaderamente terribles. Cuerpo contra cuerpo, sudor contra sudor y los piojos, pulgas chinches y demás insectos, para todos.
El mal olor que exhalan estos infiernos flotantes, es naturalmente tanto y tan profundo, que en la cámara de popa, los oficiales han de quemar maderas olorosas y rociar perfumes, si quieren dar un relativo descanso a sus pituitarias.
Tan lindas y frágiles embarcaciones, tienen que ser contempladas desde lejos, ya que penetrar en su interior equivale a un suplicio.”Hay árboles en esta ciudad, no de los que sudan saludables gomas y licores aromáticos, sino de los que corren continuos, puerca pez y hediondo sebo. También hay ríos caudales no de dulces corrientes aguas cristalinas, sino de espesísima suciedad; no llenos de granos de oro como el Cibao y el Tajo, sino granos de aljófar más que común, de granados piojos y tan grandes que algunos almadian y vomitan pedazos de carne de grumetes. El terreno en este lugar es de tal cualidad, que cuando llueve está tieso, y cuando los soles son mayores, se enternecen los lodos y se os pegan los pies al suelo, que apenas los podréis levantar. De la cerca adentro tienen grandísima copia de volatería de cucarachas, que allí se llaman curianas y grande abundancia de montería de ratones, que muchos de ellos se aculan y resiste los monteros como jabalíes”.

(Fragmento de una carta de Eugenio Salazar al licenciado Miranda de Ron)
                                                                                        LEPANTO Y DON JUAN DE AUSTRIA
                                        Víctor Mª de Sola

          Todos estaban sujetos por la cadena que llevaban a los pies, y al llegar el momento del combate se les aseguraba con una clavija, para que no pudieran escapar de ningún modo, como vimos anteriormente los cautivos o prisioneros de guerra no eran liberados en ningún momento, los demás podían correr mejor suerte en caso de abordaje al convertirlos en “soldados” de forma provisional ya que eran liberados para defender la nave solo por el mero hecho de tener que defender su vida.
               No solo estaba la condena a galeras, otros castigos que se aplicaba a los galeotes y a los forzados eran, el de los azotes, frotando luego el cuerpo con sal y vinagre, el de colgarlos en el aire por las muñecas. Sin embargo se debía extremar los cuidados para que el supliciado no perdiera la vida, en cuyo caso el capitán de la galera tenía que pagar al sustituto. Para los moros y renegados las puniciones eran aún más severas, y en los casos graves, como tentativas de sublevación, se les cortaban las orejas y la nariz y, en último extremo, podían llegar a sufrir despedazamiento, que se hacía atándoles el cuerpo a varias galeras.
               Estaba prohibido que se estuviera en galeras más tiempo de la condena, pero en muchos caso se les retenía por falta de reemplazos para lo cual se dispuso en 1598 que se les consideraran como reclutados voluntariamente y que se les pagase como “buenas boyas” mas tarde para los que se sentenciaban a perpetuidad, por un real despacho de 1653 se fijó el límite de diez años, pero esto no se aplicaba a los esclavos, cuyo trabajo no tenía término.


      Revista de Historia Naval, ARMADA ESPAÑOLA 
            Año XXVIII           2010          Núm. 110

0 comentarios:

Publicar un comentario